jueves, 2 de diciembre de 2010

Los apellidos irán por orden alfabético

salvo que los padres estén en contra

                                                    ESTHER COLERO VICIOSO

Embarazo a la vista. Quién le iba a decir que a los quebraderos de cabeza propios de la gestación de un bebé habría que sumarle los de los apellidos. No estaba dispuesto a ceder su primacía genealógica y sabía que ella aprovecharía la oportunidad legal de que su apellido figurase en primer lugar en el nombre del neonato.
¡Qué ilusión le haría a mi padre!- sería su primer argumento, además de aquello de la continuidad del  abolengo que daban por perdida y que el cambio de normativa legal ahora permitía. "Más vale apellido sin fama que fama sin apellido", solía decir el padre de su compañera sentimental de los últimos seis años.
Era un terrateniente que había puesto de moda su apellido. Había algunos que nada más oírlo: Amiano, se iban por la pata abajo.
No pensaba entrar en controversia alguna con Mirem. Por el contrario, evitaría el tema y empezó por tirar a la basura los periódicos que recogían la noticia en primera y a cuatro columnas, es decir, los tres que compraban diariamente y que el kiosquero repartía en furgoneta cada mañana a los chalets de la urbanización Pelotas Redondas. Apagó la tele de la cocina y cambió por una emisora musical las noticias de la radio. Trataba de garantizar que no hubiese discusión matinal. Por el momento había conseguido su objetivo. Mirem acababa de ponerse la chaqueta para salir y no se habían cruzado más que dos palabras cada uno: Buenos días/ Igual, Mente.
Le encantaba como sonaba su nombre en los labios de ella. Era la única que le llamaba así. Los demás se dirigían a él  por su apelativo anglosajón: Jone, y lo pronunciaban en español, arrastrando la "jota", una letra bailarina y más en Andalucía. La verdad es que pocos conocían que su primer nombre era Coll, Coll Jone Grande Smith, completaba su documento de identidad.
En Sevilla, sonaba la jota de su nombre a cante hondo, como si fuera hache. "Buena tarde tenga usté señó Cohone Grande", y bajaban la cabeza en dirección a mi bragueta, o al menos así me lo parecía.
Decididamente su hija no pasaría por el mismo cachondeito de él y de su esposa (Miren Amiano Vicioso), y para eso estaba la nueva ley.

Aquella mañana no podía pensar en otra cosa. Necesitaba de una argucia infalible para hacer primar su criterio y que el bebé se inscribiese en el Registro con el orden de apellidos Grande Amiano, en lugar de Amiano Grande. En lo que los dos no harían concesión alguna era en el nombre de la criatura. Sabían que un buen nombre marca un buen destino: Alejandro....el Magno; Leonardo .....Di Caprio; Penélope.....Cruz. Sí, la niña sería actriz y qué mejor que Penélope.
Pene, la llamarían en familia, Pene Grande Amiano. Mucho mejor que la alternativa de su familia política. Su suegro, que acababa de regresar de Centroamérica, se había enganchado al nombre de Olora, no se si por algún desliz sentimental o por simple snobismo. Él, como padre de la nueva vida, había pensado que Olora Amiano Grande tampoco estaba mal, pero no era nada comparado con su opción. Pene sí que era un nombre bonito; nada que vez con la pena y al mismo tiempo muy cerca de ella fonéticamente y además acompañado del apellido Grande, siempre sería más que pena, alegría.
Ahora lo que le rondaba la cabeza es si el nombre marca sólo el destino de grandeza o también tiene que ver con otras condiciones, como por ejemplo la sexual.
Se acercó a su mujer y le dio un beso tierno en la mejilla, al tiempo que le acarició la preñez y saludó tiernamente a su ocupante Pene y le transmitió otro beso que, no supo porqué, su inconsciente le hizo pensar en la carta de colores, hasta llegar al negro.

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